Me enamoré de su historia, me caso con su lucha, viviré en sus esperanzas.

Dignidad de la indigencia 4
Don Luis.- Catedral de Santiago.
Don Luis es músico callejero, ex deportista (box, ping-pong, natación, atletismo y patinaje) de juventud. No bebe, fuma o consume drogas. Tiene 86 años y hace 15 que toca armónica en la Plaza de Armas de Santiago. Ante el resto de los chilenos es un simple indigente.
“La gente me trata bien, en especial los jóvenes estudiantes”.
Tomada de galeria fotográfica:“Dignidad de la indigencia” de Pablo Baeza.

Ha pasado mucho tiempo desde mi último post[1] en mi blog, tantas subidas y bajadas, incluso ya no estoy “en el mismo lugar, ni con la misma gente”, me desplacé, cambiaron muchas cosas… pero si algo no renuncie es a seguir caminando. Este caminante dio un salto a un nuevo país, donde he conocido a gente diversa, de la que estoy orgulloso compartir tiempo y trabajo, sus enseñanzas me van marcando. Vivo en una ciudad como cualquiera, con gente que va apurada, que quizás no quiere mirar a su lado. Vivo en un lugar que presenta muchas oportunidades, vivo en una ciudad enorme para caminar y encontrar historias nuevas.

Así conocí a “Don Evaristo”, llegaba como cada día a aquella estación de metro para pedir “una ayudita”, no costaba nada ser amigo de aquel hombre, pisado en su dignidad, sin oportunidades y muchas veces olvidada por nuestra indiferencia. También conocí a “mi tocayo” aquel hombre que amó a su esposa, que postrada en una silla de rueda, recorrían la ciudad en busca de trabajo, conducidos únicamente por el amor, pero que lamentablemente lo alcanzó una muerte cruel y amarga. O aquel baterista con “batería reciclada” en la Plaza de Armas, que con una creatividad nos da muy buenos conciertos o aquel “chiquillo” que no puede permitirse estudiar ni tener acceso a una casa digna…sus vidas no tienen nada de extraordinario, pero tampoco nada de digna si nos comparamos con ellos.

Según las cifras oficiales publicadas en el documento “Panorama Social de América Latina 2014[2], la pobreza en América Latina es de 167 millones de personas, que equivale al 28% de la población residente en el continente. También para el 2014 se contabilizó un 12% de personas que están en la categoría de extrema pobreza o indigencia. Esto indica la gran incidencia de pobreza en la región.

No solo los datos lo confirman, se observa a tantos que pasan buscando aquella mano caritativa que les de algo para pasar el día, tantos que buscan solidaridad, que buscan y merecen morir dignamente, tantos y tantos…me cuestiona pensar que quizás hasta ahora, me he dedicado a caminar, conocer historias, y poco he contribuido por un mundo más digno y humano… Pero, ¿qué hacer?, será que es posible lograr algo por los demás? Claro, recibe tú, Don Evaristo o “Tocayo” una respuesta contundente… si puedo hacer algo por ti. Me voy a enamorar de tu historia, me voy a casar con tu lucha e intentaré vivir en tus esperanzas. Hoy voy a esforzarme por ver más allá de mis narices, de no alienarme, de hacer algo que valga la pena, total este mundo,-como está es nuestro-, pero es importante es saber cómo y en donde lo queremos dejar.

Hay que empezar a tener una conciencia más despierta, a no quedarnos solo con la solidaridad, sino ver y velar por la justicia. No caer en la cerrazón individualista, ni en la conquista de intereses particulares. Pues, ¿qué es un Hombre que no puede cuidar de los suyos?, que indignante ver realidades tales en nuestro mundo y nuestros ambientes. Parafraseando a uno de los personajes más influentes del momento – Papa Francisco- se nos podría decir que cuando nos centramos en nuestros propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha, ya no se observa, ya no se puede vivir la alegría plena y duradera, ya no se puede palpitar el entusiasmo por hacer el bien.

Así como en su oportunidad, en el año 1987, se decía a viva voz a funcionarios de Naciones Unidas[3]: “¡Los pobres no pueden esperar! Los que nada tienen no pueden aguardar un alivio que les llegue por una especie de rebalse de la prosperidad generalizada de la sociedad”, prosperidad que hoy no se la ve como un beneficio para el hombre y todos los hombres, por ello, este debería ser un llamado especial para todos los jóvenes que hoy queremos construir un mejor futuro. Creo firmemente que podemos desterrar la pobreza a un museo, como diría Yunus. Creo en un mundo donde todos los jóvenes podamos aportar soluciones desde nuestras realidades. Crees tú que puedes cambiar esas realidades? Si tú lo crees, el trabajo está casi realizado… pues hace falta voluntad, esfuerzo y sentido de escándalo social…

Se puede hacer que mañana no haya más gente como Don Evaristo o El Tocayo, que sufre cada día. Que a pesar de su sonrisa, guardan dolores en sus almas. Se puede lograr un cambio que vaya más allá del mero acallar la conciencia con subsidios, bonos o ayudas caritativas. Se puede buscar mejores días, pero estas soluciones no están únicamente en la tecnocracia ni en la política, ni en mi carrera, ni mi trabajo… está en mi corazón y en el tuyo.

Todos esperan de nosotros, no en vano ponen sus esperanzas en los jóvenes y profesionales … nuestra voluntad es más fuerte, somos portadores de soluciones y del desarrollo intelectual y social de nuestra sociedad.

Mientras llegan esos nuevos días, se puede seguir caminando por esta gran ciudad y también se puede abrazar a aquel que está en la parada del metro, o dar una palabra de aliento y una sonrisa al que sufre, y tiempo al que lo necesita. Pero a partir de ahora se  les puede decir que se vienen tiempos nuevos porque ahora habrá más personas que se enamoraran de sus historias, se casaran con su lucha, que vivirán de sus esperanzas, que sentirán sus dolores y que trabajaran por su felicidad.
No se debe mirar a un lado, no se debe caer en la indiferencia, se debe ser sensible con la sociedad. 

¡Los pobres no pueden esperar! Y yo no quiero caminar sin más… ahora tengo a quien dedicar la construcción de una nueva sociedad.



[2] CEPAL, 2014. Panorama Social de América Latina 2014”.
[3] Discurso del Santo Padre Juan Pablo Ii a los delegados de la Comisión Económica Para América Latina Y El Caribe (CEPAL) del 3 de abril de 1987

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